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Los dragones de Komodo son los lagartos más grandes y pesados de la Tierra. Los adultos pueden alcanzar los 3 metros de largo y pesar más de 140 kilogramos. La mayoría pesa alrededor de 70 kilogramos. Se mueve con agilidad por el suelo, a pesar de tener un peso considerable (puede correr a 20 km/h en distancias cortas), nada muy bien y es capaz incluso de desplazarse entre islas cercanas cuando las corrientes marinas son favorables.
El sentido del olfato del dragón de Komodo es su método principal para detectar comida. Usando sus lenguas bifurcadas, prueban el aire en busca del olor de animales de sangre caliente. Tienen un órgano de Jacobson en el paladar que analiza la información de la lengua y señala la dirección de la presa potencial. Su sentido del olfato es tan agudo que pueden detectar el olor de animales muertos o moribundos hasta a cinco millas de distancia.
La primera vez que científicos occidentales estudiaron los dragones de Komodo fue en 1910. Su excepcional tamaño y su reputación de animal temible los convierte en uno de los animales más populares de los zoológicos. En estado salvaje son una especie amenazada; su ámbito de distribución se ha reducido debido a las actividades humanas y están catalogados como en peligro de extinción en la Lista Roja de la UICN. Están protegidos por la ley indonesia, y en 1980 se fundó el Parque Nacional de Komodo para contribuir a su conservación.
Su inusual tamaño se atribuía generalmente al gigantismo insular, ya que no hay otros animales carnívoros que puedan ocupar el nicho ecológico de las islas en las que viven. Sin embargo, investigaciones recientes sugieren que su gran tamaño se entiende mejor como un vestigio aislado de una antigua población de grandes varánidos que vivían en Indonesia y Australia, la mayor parte de los cuales, junto con otra megafauna, fue descastada tras su contacto con los humanos modernos.